Un líder puede tener cualidades carismáticas, o sin tanto populismo puede que su inteligencia lo lleve a lo más alto de la política. No obstante, un gran líderdebe combinarlos ambos, y condimentarlo con un toque de rebeldía que permita romper los paradigmas de la siempre conservadora mente política. Cuando un gran líder surge en una época de paz y prosperidad es recordado por los libros, pero cuando surge para movilizar una nación en momentos de crisis para llevarlos a la victoria y a la prosperidad es recordado en la mente de cada uno de los habitantes. Esta es la historia de uno de los grandes líderes surgido en una de las épocas más oscuras de la humanidad: Winston Churchill.
Sir Winston Leonard Spencer Churchill fue uno de los políticos británicos más recordado por la historia. A lo largo de su brillante carrera, Churchill fue sucesivamente el hombre más popular y el más criticado de Inglaterra, y a veces ambas cosas al mismo tiempo. Considerado el último de los grandes estadistas, siempre será recordado por su rara habilidad para predecir los acontecimientos futuros, lo que en ocasiones se convirtió en una pesada carga para sus compatriotas. Durante años, Churchill fue algo así como la voz de la conciencia de su país, una voz que sacudía los espíritus y les insuflaba grandes dosis de energía y valor.

Sin embargo, una vez que entró en la escuela militar se operó en él un cambio radical. Su proverbial testarudez, su resolución y su espíritu indomable no lo abandonaron, pero trabajaba con empeño, era aplicado y serio en las clases y muy pronto se destacó entre los alumnos de su nivel. Poco después se incorporó al Cuarto de Húsares, con quienes combatió en Cuba, la India y el Sudán, y en los campos de batalla aprendió sobre el arte de la guerra todo cuanto no había encontrado en los libros.
No obstante, la vida militar no tardó en cansarlo. Renunció a ella para dedicarse a la política y se afilió al Partido Conservador en 1898, presentándose a las elecciones un año después. En el Parlamento, sus discursos y su buen humor pronto se hicieron famosos. Pero su espíritu independiente, reacio a someterse a disciplinas partidarias, le granjeó importantes enemigos en la cámara, incluso entre sus propios correligionarios.
Tras ser designado subsecretario de Colonias y ministro de Comercio en un gobierno liberal, Churchill previó con extraordinaria exactitud los acontecimientos que desencadenaron la Primera Guerra Mundial y el curso que siguió la contienda en su primera etapa. Sus profecías, consideradas disparatadas por los militares, se convirtieron en realidad y sorprendieron a todos por la clarividencia con que habían sido formuladas.
Finalizada la contienda, Churchill sufrió las consecuencias de la reacción de la posguerra y durante un tiempo fue relegado a un papel secundario dentro de la escena política. En 1924 se reconcilió con los conservadores y un año después fue puesto al frente del ministerio de Hacienda en el gobierno de Stanley Baldwin.


El 1 de septiembre de 1939, el ejército nazi entró con centelleante precisión en Polonia; dos días después, Francia e Inglaterra declararon la guerra a Alemania y, por la noche, Churchill fue llamado a desempeñar su antiguo cargo en el Almirantazgo. Todas las unidades de la flota recibieron por radio el mismo mensaje: "Winston ha vuelto con nosotros." Cuando fue nombrado primer ministro el 10 de mayo de 1940, Churchill pronunció una conmovedora arenga en la que afirmó no poder ofrecer más que "sangre, sudor y lágrimas" a sus conciudadanos. Churchill consiguió mantener la moral en el interior y en el exterior mediante sus discursos, ejerciendo una influencia casi hipnótica en todos los británicos.
Por fin, el día de la victoria aliada, se dirigió de nuevo al Parlamento y al entrar fue objeto de la más tumultuosa ovación que registra la historia de la asamblea. Los diputados olvidaron todas las formalidades rituales y se subieron a los escaños, gritando y sacudiendo periódicos. A pesar de la enorme popularidad alcanzada durante la guerra, dos meses después el voto de los ingleses lo depuso de su cargo. Churchill continuó en el Parlamento y se erigió en jefe de la oposición.

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